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Archive for the ‘Literatura’ Category

Es fácil reconocerlos: beben ginebra. Es fácil reconocerlos: fuman como tubos de escape. Es fácil reconocerlos: son cinéfilos. Entendámonos, no es que les guste el cine como a usted y a mí, sino que les gusta especialmente Howard Hawks (que también nos gusta a usted y a mí, claro, aunque, sinceramente, no es para tanto): para ellos el cine es Humphrey Bogart y Ava Gardner más que David Lynch o Gus Van Sant. No les gusta lo «fantástico», que consideran cosa de niños, ni las cosas delicadas, que consideran cursis. Son duros. Son muy duros. Son unos tipos duros. Les gustan las cosas duras, secas y austeras: la novela negra, el cine negro, y en lo moderno, Raymond Carver. Les gustan las narraciones desoladas y despiadadas, la cosa existencialista. Muchos de ellos siguen siendo marxistas. Les parece que Castro es un tío cojonudo.

Creo que la primera vez que me di cuenta de que ellos eran ellos y de que yo no era ellos, fue al leer, hace ahora muchos años, un artículo de uno de ellos, en el que protestaba muy indignado contra los rumores de que se iba a instalar un Disneylandia en la costa española. El artículo clamaba contra la colonización yanqui y afirmaba que esa basura de Walt Disney no tenía nada que ver con nosotros ni con nuestra cultura. Y yo me puse a pensar. Me puse a pensar en lo muchísimo que me gustaban las películas de Walt Disney, y los personajes de Walt Disney, y los tebeos de la colección «Dumbo» donde el genial Carl Barks pintaba las historias del pato Donald, el tío Gilito, los Forestales Juveniles y los Golfos Apandadores y me di cuenta de que Walt Disney no tenía nada que ver con el que escribía aquel artículo pero que sí tenía mucho que ver conmigo. Es decir, que a lo mejor no tenía nada que ver con ellos, pero sí tenía mucho que ver con nosotros.

Tipos duros

Son los de la generación de la ginebra y el tabaco. ¡Dios mío, cómo les ha gustado la ginebra a esa gente! Casi podría llamárseles así, la generación de la ginebra. O la generación de Howard Hawks. O la generación de Juan Benet, que es el autor del famoso artículo. Son la generación de los tíos: si nuestros padres andan entre los 60 y 70, ellos andan entre los 50 y 60. ¡Y son tan duros! Son unos tipos duros. Lucharon contra el franquismo. Corrieron ante los grises. No podían leer a Miguel Hernández. ¡No podían leer nada, los pobres! Están muy politizados. Odian los colores, las flores, y las cosas «recargadas». Son escuetos, austeros, no toman postres, no les gustan los dulces. Les encanta Jacques Brel y la ginebra, pero no la tarta de chocolate. Les encanta Gil de Biedma, y en general todo lo que es soso, realista, menor, sobrio, discreto y, si es posible, descreído y desdeñoso. Odian a los americanos. Aman a Howard Hawks, a Hemingway y a Raymond Carver, pero odian a los americanos. Creen que Woody Allen es un cineasta «muy europeo» (esta idea, particularmente, me hace partirme de risa en las noches de luna). No les gusta Borges. No les gusta Nabokov. No les gusta la ópera ni, en general, la música. No les gusta Thomas Pynchon. No les gusta Rubén Darío (es recargado). Les gusta Raymond Carver, a quien consideran, absurdamente, un importante escritor norteamericano. Sartre, Lukacs, Benjamin y Bertolt Brecht les ponen supercalientes. Afirman que todo es política. No se creen nada. Son la generación de los descreídos y los desmitificadores, recios bebedores de ginebra que descubrirían factores socioeconómicos hasta en la ballena de Pinocho (es el capitalismo que devora al proletario Gepetto).

Estamos hartos

En una palabra: que estamos hartos de ellos y de sus anatemas. Que ya basta. Jacques Brel es insoportable. Raymond Carver es un coñazo y ni él ni Paul Auster son los dos escritores americanos más importantes de la actualidad (ni siquiera son muy importantes). El cine clásico americano es simplón, sentimental y profundamente falso. Casablanca es una ñoñería. Los que se emborrachan todas las noches se llaman alcohólicos. Borges y Nabokov son los mayores genios literarios de la segunda mitad del siglo. Matrix es mucho más interesante que toda la obra de Teodoro W. Adorno (me refiero al filósofo, no al gato de Cortázar). Fidel Castro es tan abominable como Pinochet. Lenin fue un asesino tan repugnante como Franco. Vázquez Montalbán no fue un escritor «comprometido», sino un hipócrita defensor de dictaduras. La palabra «compromiso» no significa nada, y además huele a cadáver. El arte se dirige a la parte espiritual del hombre, mentecatos. La belleza no es un concepto burgués, cretinos. Todo no es política, ignorantes. Ya basta. Dejadnos un poco en paz. Callaos un poco, borrachos.

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Publicado en ABCD, 30 de junio de 2007

Tesis primera. En su obra Manual de literatura para caníbales, Rafael Reig describe una guerra imaginaria entre dos ejércitos de escritores liderados por dos novelistas apellidados «Marías», Javier y Fernando. El primero sería el representante de esa literatura exigente que no pretende hacer concesiones y el segundo el defensor de la «narración» y de las historias que realmente interesan a los lectores. Lo curioso es que, de ambos escritores, el más popular y el que más lectores tiene en la realidad es, sin duda, Javier Marías. Y no creo que Fernando se haya sentido muy cómodo con esa adscripción a una forma de entender la escritura que desprecia el cuidado de la palabra. De modo que la divertida sátira de Reig describe una guerra que sucede, más bien, en el interior de la mente de ciertos críticos y estudiosos: la que enfrenta al bien contra el mal, a la verdadera literatura, que es difícil y «exigente», con la literatura de entretenimiento, que es fácil y «complaciente». Ya que en la realidad las cosas son infinitamente más complejas. La literatura de Marías (Javier) no es en absoluto «difícil». Y la de Marías (Fernando) está escrita con verdadera ambición literaria. Los que creen en la existencia de dos «bandos» en la literatura, se encuentran con dificultades insalvables y contradicciones infinitas a la hora de definir en qué consisten ambos bandos y quién pertenece a ellos.

Tesis segunda. Cada vez se escribe peor, con menos inspiración y con menos voluntad artística. La literatura comercial y de mero entretenimiento, cuya existencia no sólo es inevitable sino también absolutamente necesaria dentro del gran ecosistema que es la Literatura en general, está invadiendo todas las áreas del mundo editorial al tiempo que sufre un espectacular y al parecer imparable descenso de calidad y de rigor. En todas las épocas ha existido literatura de entretenimiento, que ha ido desde la basura deleznable hasta obras maestras como La isla del tesoro o La piedra lunar, pero la literatura de entretenimiento de nuestra época ha descendido, en general, hasta unos niveles de exigencia verdaderamente ínfimos. Porque comparados con los best sellers de hoy en día, los de los 60 o los 70 (obras como El padrino, de Mario Puzo, Tiburón, de Peter Benchley, o Misery, de Stephen King, dejando aparte a los grandes autores como Nabokov, Updike, Mailer o García Márquez que también resultaron best sellers) parecen, en verdad, alta literatura. De modo que el problema quizá no sea exactamente la literatura de consumo, sino su decadencia. No que haya tanta literatura de consumo, sino que la literatura de consumo sea tan mala. (más…)

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